miércoles, 8 de diciembre de 2010

La preparación esperanzada a la venida del Salvador

En María, la Virgen Inmaculada, se realiza el Misterio de la Navidad, de la Encarnación del Verbo. Por eso, mientras nos disponemos celebrar su venida, debemos aprender de ella a prepararla con esperanza.



La liturgia del Adviento subraya una serie de rasgos de esta "preparación esperanzada". Fijándonos en las oraciones propias de cada día, podríamos destacar - entre otros - los siguientes: el deseo, la alerta o la vigilancia, el ánimo, la alegría, la fe, la humildad de corazón y la actitud de súplica.


a) La primera actitud que caracteriza la preparación esperanzada para la venida del Salvador es el deseo: "Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene", reza la oración del primer domingo de Adviento.
El deseo es un "movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa" (según el Diccionario de la Real Academia Española). Avivar el deseo de salir al encuentro de Cristo supone anhelar vivamente (viernes III) la venida del Señor; aspirar con vehemencia a conocerlo, y a encontrarnos con Él: "colma en tus siervos los deseos de llegar a conocer en plenitud el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo".
San Agustín, en un texto que recoge el Oficio de Lecturas del viernes de la III semana de Adviento, relaciona el deseo y la oración. El deseo, nos dice, es una oración interior y continua:


"Tu deseo es tu oración: si el deseo es continuo, continua es también tu oración." Es una oración interior y continua... "Si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo". "La frialdad en el amor es el silencio del corazón; el fervor del amor es el clamor del corazón".
b) Junto al deseo, la Liturgia de este tiempo nos exhorta a mantener una actitud de alerta, de vela, de vigilante espera: concédenos, Señor, "permanecer alerta a la venida de tu Hijo, para que cuando llegue y llame a la puerta nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza" (Lunes I). El Adviento es tiempo de preparación para la venida del Señor "en la humildad de nuestra carne", pero, igualmente, es tiempo de vigilancia para aguardar su segunda venida "en la majestad de su gloria" (cf Prefacio I de Adviento).
c) El ánimo debe caracterizar la salida al encuentro de Cristo: "cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo" (domingo II). El ánimo es el valor, el esfuerzo y la energía, que se contrapone al acobardamiento. El que tiene ánimo no desfallece en la espera: "no permitas que desfallezcamos en nuestra debilidad los que esperamos..." (miércoles II).


d) La alegría es, igualmente, característica del Adviento. Hemos de "esperar con alegría" (martes II), siguiendo el consejo-mandato de San Pablo a los Filipenses: "Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra comprensión sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca" (Flp, 4, 4-5).


El motivo de la alegría es la venida del Salvador ("Haznos encontrar la alegría en la venida" - cf Jueves III - ). Así como nos alegramos con el nacimiento de Jesús, pedimos a Dios que podamos alegrarnos con su segunda venida (21 Diciembre).

e) Esta alegría brota de la fe, porque se apoya en la fidelidad de Dios a su palabra. El Pueblo de Dios
"espera con fe" el Nacimiento del Mesías (domingo III) y se prepara a "proclamar con fe íntegra" y a celebrar "con piedad sincera" el misterio de la Navidad ("proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera", 19 Diciembre).

f) La actitud de fe exige como condición la humildad de corazón, a ejemplo de María (20 dic).


) La súplica. El tiempo de Adviento es tiempo de súplica, de petición. Al sabernos pobres y necesitados, imploramos a Dios que "acoja favorablemente nuestras súplicas..." (martes I). Suplicamos para que Dios Padre "prepare nuestros corazones con la fuerza de su Espíritu" (miércoles I); para que los despierte y los mueva "a preparar los caminos de su Hijo" (jueves II); para que nos "socorra con su fuerza" (jueves I) de modo "que su brazo liberador nos salve de los peligros" (viernes I).
Es preciso rogar a Dios que nos conceda la libertad verdadera (sábado I); la renovación de nuestra alma, para que la venida de Cristo "ahuyente las tinieblas del pecado y nos manifieste como hijos de la luz" (sábado II). Sólo Dios puede "iluminar las tinieblas de nuestro espíritu" (lunes III) y "limpiarnos de las huellas de nuestra antigua vida de pecado" (martes III), y así "reconfortarnos en esta vida y obtenernos la recompensa eterna" (miércoles III).
Pedimos a Dios que el "admirable intercambio" de la Navidad sea una realidad en nosotros: "que lleguemos a la gloria de la resurrección" (domingo IV); "que se digne hacernos partícipe de su condición divina" (17 D); que nos conceda "ser liberados" (18 D) y "participar de los bienes de la redención" (22 D); que "nos haga partícipes de la abundancia de su misericordia"( 23 D); que "consuele y fortalezca a los que esperan todo de su amor" (24 D).

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